LA ESTIRPE DE LEONOR DE AQUITANIA. UN LIBRO SOBRE EL PODER DE LAS MUJERES EN LA EDAD MEDIA.
RODRÍGUEZ LÓPEZ, Ana: La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII. Barcelona, Editorial Planeta, 2014.
Ana Rodríguez se doctoró en 1992 en Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera académica en el CSIC, donde es Científica Titular del CSIC desde 2004 e Investigadora Científica desde 2009. Entre 1990-1992 fue becaria del MEC en l’École des Hautes Etudes en Sciences Sociales (París).
Su línea de investigación es la historia social del poder en la Edad Media, con una cronología plenomedieval y un ámbito geográfico centrado en los reinos de Castilla y León. Línea que se verá reflejada en su obra La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII, un estudio historiográfico que se centra en la investigación del papel desempeñado por las mujeres en el ámbito de estudio de la historia social del poder.
El tema principal de la obra queda bien enmarcado en el título de la misma: La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII. La autora se va a centrar a lo largo de la obra en poner de relieve los factores que otorgaban a las mujeres de alto linaje el poder que algunas de ellas detentaron. Se va a centrar en las descendientes de Leonor de Aquitania, especialmente en sus nietas Berenguela, reina de León y de Castilla (1179-1246) y Blanca, reina de Francia (1188- 1252), aunque sin dejar de lado a otras mujeres que también forman parte de su árbol genealógico, como su hija Leonor, reina de Castilla (1161-1214). Sin embargo, nos encontramos un título engañoso - en parte - al descubrir a lo largo de la obra que no solo abarca la genealogía de Leonor de Aquitania, sino que expone casos de mujeres excepcionales que distan de formar parte de dicho linaje, como es el caso de Urraca, reina de Castilla y León, y la hija de Alfonso VI, y que también detentaron un gran poder.
Parafraseando a la propia autora: “Este libro analiza tanto el poder y la capacidad de actuar y de controlar sus vidas – así como la imposibilidad de transformarlas a largo plazo – de las mujeres que ocuparon los peldaños más altos de la escala social en los siglos centrales de la Edad Media” (Pag. 13)
La obra se divide en una introducción y cinco capítulos. En cada uno de los capítulos, la autora va a analizar los aspectos que permiten examinar el papel de las mujeres en este contexto histórico.
El primer capítulo gira en torno al matrimonio, como herramienta política de unión de intereses entre las familias poderosas. La primera problemática que abarca es la de las reglas canónicas con respecto al parentesco que se impusieron a partir de los siglos centrales de la Edad Media, y que, aunque muchas veces fueron desoídas, suponían un método de presión de la Iglesia sobre las familias poderosas de la época. La cercanía en el árbol genealógico fue un recurso utilizado por los reyes para disolver a voluntad sus matrimonios, aunque sus verdaderos motivos subyacieran bajo ese telón. Los matrimonios fueron concertados entre los padres de los futuros novios, lo que no dejaba cabida para el amor, y lo que, en ocasiones, se convirtió en un problema difícil de resolver debido a las largas negociaciones que se llevaban a cabo y a la dificultad de encontrar un marido con el que no hubiera parentesco, además de una dote adecuada para la novia. El matrimonio fue el hilo que permitió tejer las redes familiares de los reinos europeos de la Edad Media, convirtiéndose, por tanto, en el eje central del trabajo desarrollado en este libro.
Según se cuenta en el segundo capítulo, los matrimonios supusieron el desplazamiento de las mujeres prometidas – quizás sea más prudente el uso del término “niñas” debido a la corta edad que tenían cuando se concertaban los matrimonios – a las cortes de sus futuros maridos, en las cuales residirían prácticamente el resto de sus vidas. Estos viajes suponían un riesgo para ellas, ya que las constantes rivalidades entre reyes hacían de las prometidas de los enemigos rehenes suculentos. Por ello, muchas se vieron obligadas a realizar viajes más largos con el fin de evitar los territorios de los enemigos de sus prometidos o a viajar disfrazadas con el fin de no ser reconocidas. Por otro lado, debido a la dificultad de encontrar un pretendiente que no estuviera incluido en el árbol genealógico, algunos reyes, comenzaron a derribar las fronteras de la zona suroccidental de Europa para buscar esposas en el norte y el este del continente, lo que supuso aumentar los kilómetros de los viajes de las prometidas, y por lo tanto los peligros. Además las mujeres que iban a casarse solían llevar un séquito junto a ellas que mostrara el poder del reino del que procedían, con el fin de impresionar a su pretendiente. Todo esto, recordemos, sin que ellas tomaran parte de alguna de las decisiones. Además, al llegar a sus destinos no siempre se las recibía con los brazos abiertos y algunas sufrían depresiones debido a la distancia.
En el tercer capítulo se abarca un tema que es indispensable para comprender el poder de algunas de las mujeres de mediados de la Edad Media: las riquezas de las mujeres. Por ejemplo, y debido a que es uno de los personajes principales de la obra, Leonor de Aquitania se casó dos veces: una con el rey de Francia, Luis VII, y otra con el futuro rey de Inglaterra, Enrique II. Ambos, dos de los reyes más poderosos de su tiempo, casaron con Leonor debido a la gran riqueza que esta poseía. Hay tres elementos a destacar en cuanto a la riqueza de las mujeres: las herencias, las dotes y las arras. Las herencias que recibían las mujeres no solían ser tan sustanciosas como las de los hombres – si es que recibían alguna -, pero sí es cierto, que en ocasiones se convertían en herederas no sólo de propiedades, sino también de responsabilidades que las situaban en una posición de poder y que hacían de ellas unas casaderas suculentas. En cuanto a las dotes y a las arras, suponen un elemento de independencia de las mujeres de sus núcleos familiares.
El cuarto capítulo versa sobre la memoria de las mujeres. Es el capítulo más interesante para el historiador, ya que abarca la problemática que supone el estudio de las fuentes. Las actuaciones de las mujeres, siempre subordinadas a los hombres, quedan eclipsadas en las fuentes, produciéndose la Damnatio memoriae, un proceso heredado de la antigüedad por el que se intentaba borrar la existencia de un personaje de la memoria. Esta Damnatio Memoriae en ocasiones era parcial, pero la sufrían con más regularidad las mujeres. Sin embargo, es muy difícil eliminar la existencia completa de una mujer independiente, astuta, propietaria y poderosa. En otras ocasiones, las fuentes son muy críticas con las actuaciones políticas de las mujeres, como es el caso de la ya mencionada Urraca, reina de Castilla y León. Sin embargo, la memoria no solo se mantiene a través de los escritos. Objetos, arquitectura y escultura, realizados bajo la tutela de las mujeres, dan pie a los historiadores a conocer su verdadero poder. Otro enfoque de la memoria lo da la autora al referirse a las mujeres como las “encargadas” de conocer los linajes familiares y los acontecimientos más importantes llevados a cabo por sus antepasados, o por los de su marido, y transmitirlos a las siguientes generaciones.
Por último, el quinto y último capítulo abarca de lleno el poder en sí de las mujeres y cómo lo ejercieron. El primer epígrafe del capitulo se titula: ¡Ay de ti, tierra, que tienes por rey a un niño!. Esta era una preocupación extendida en la época, ya que, un niño en el trono era visto como un síntoma de debilidad del reino. Durante la minoría de edad de un rey alguien debía ejercer la regencia. En ocasiones esta era ejercida por un hombre noble, pero otras veces la madre del rey era la encargada de ocuparse de este cargo.
En este capítulo se toman como referencia a dos de las nietas de Leonor de Aquitania: Berenguela, reina de León y de Castilla (1179-1246) y Blanca, reina de Francia (1188- 1252). La primera, heredó el trono de Castilla por falta de un hijo varón de su padre, ya que su hermano Enrique había muerto. A pesar de ser la heredera legítima, Berenguela era consciente de los problemas que suponía que una mujer ejerciera el gobierno, así que cedió rápidamente el trono a su hijo, que fue coronado con dieciséis años como Fernando III. Sin embargo, la reina ejerció una gran influencia sobre su hijo durante su reinado.
Por otro lado, Blanca, actuó como regente tras la muerte de su marido y la coronación de su hijo Luis, que solo contaba doce años de edad. Pero, tras ocupar este cargo, Blanca siguió siendo una gran consejera para su hijo.
Otro elemento destacado es la terminología utilizada en las fuentes para referirse a las aptitudes de gobierno de las mujeres. Las mujeres, según la ideología medieval, carecían de dichas aptitudes, por lo que eran identificadas como viragos, mujeres que tienen dotes de hombre. También se abarca en este capítulo la capacidad de gobierno y de independencia de las mujeres en el ámbito monástico. Muchas mujeres veían los monasterios como lugar de refugio tras enviudar, ya que, en ellos podían ejercer su gobierno sin ser amedrentadas por ningún hombre, además de tener una autonomía de la que carecían fuera de los muros de las abadías.
“Al fin y al cabo, es bien sabido que las historias del pasado sólo han dejado rastro de quienes, de un medio u otro, tuvieron el poder en sus manos. Y para los clérigos y monjes que dedicaron su tiempo a engrandecer las hazañas de sus patrones y de sus linajes, las mujeres carecieron de legitimidad, excepto en circunstancias particulares y siempre de manera temporal y transitoria, para ejercerlo.” (Pag 12)
Esta cita representa, desde mi punto de vista, una de las tesis más importantes de la obra. Ya que según la autora, las fuentes solo han tratado a algunas mujeres poderosas como sujetos de la historia. Digo algunas, porque no todas las mujeres que ejercieron poder a lo largo de la Edad Media tuvieron las “dotes” y “aptitudes” necesarias, según la conciencia de la época, de ser condecoradas con este honor.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que solo nos han llegado testimonios de aquellas mujeres que formaban parte de la capa social superior. Las revisiones que se vienen haciendo en los últimos años de las fuentes han permitido analizar el papel de las mujeres de capas sociales inferiores, aunque a ellas no se las dotara casi nunca de un nombre. El trabajo a este respecto debe continuar y así lo afirma la autora de la obra:
“Renovadas estructuras de análisis y una minuciosa relectura de todo tipo de testimonios ha hecho posible describir el papel de las mujeres en el mundo medieval, aunque no quepa duda de que estas mujeres serán siempre e inevitablemente más numerosas, individualizadas y dotadas de una historia a medida que se vaya ascendiendo en la escala social.” (Pags 287-288)
Por otro lado, la autora advierte ya desde el principio de la obra que estas revisiones no deben utilizarse para desacreditar las actuaciones de algunos de los grandes hombres de la Historia.
Dejando de lado el problema de las fuentes, la autora se centra en su tesis sobre el poder ejercido por las mujeres:
“El ámbito del gobierno medieval ha sido tradicionalmente un coto masculino. Pero a pesar de que los papas, reyes y guerreros y los campesinos que los sufrían y los alimentaban forman parte del imaginario colectivo de unos tiempos oscuros y brutales, la realidad es que en la Edad Media el poder se encontraba muy fragmentado y su ejercicio requirió buscar equilibrios, pactar y repartir. La unidad de medida, de cómo obtenerlo y conservarlo y a través de qué estrategias, se ha calibrado en términos de autoridad pública, mando militar y riqueza territorial. Las mujeres, por muy poderosas que fueran, no tenían fácil acceder a los recursos que proporcionaban la llave del gobierno. Cuando las mujeres, de forma accidental, en una coyuntura generalmente precaria y poco duradera, lo conseguían, disfrutaron de los atributos del poder que en principio no se contemplaba que estuvieran a su alcance.”(Pag289)
Esta cita expone las dificultades que tuvieron las mujeres para llegar a posiciones de poder, aún teniendo las mismas condiciones que los hombres y la necesidad, debido a las coyunturas de la época, de que lo ejercieran a pesar de la teorías según la cuales no estaban capacitadas para ello. Sin embargo, desde mi punto de vista, no fueron siempre el azar o la necesidad los encargados de dar poder a las mujeres. Pienso que alguna de ellas no sólo se encargó de conservarlo una vez que lo tuvo, sino que buscó ejercerlo. De hecho, pienso que un campo de estudio interesante, aunque complicado, es el de conocer cuales fueron las estrategias de algunas de las mujeres poderosas de la Edad Media para llegar a tal posición.
La conclusión más destacada de la autora, desde mi puto de vista, es la que se recoge en esta cita:
“El poder de las mujeres, a pesar de todo, fue siempre una anomalía que precisaba una legitimación constante. […] El poder que podían atesorar las mujeres no se heredaba, se poseía de manera transitoria, lastrado por un déficit permanente de legitimidad.[…]En el corto plazo, tuvieron capacidad de maniobra dentro de un conjunto de restricciones y oportunidades. En el largo plazo, se llegó a un “equilibrio patriarcal”, mediante en cual las experiencias de las mujeres se transformaron aunque su estatus se mantuvo inalterable y la distancia que las separaba de los hombres no llegó nunca a colmarse.”(Pag 291)
No deja de ser un hecho que las mujeres tuvieron que luchar constantemente por legitimar su poder. Un poder que no les correspondía y que muchos veían como una amenaza y como una ofensa. Como bien se dice en esta cita, a corto plazo, las mujeres demostraron ser capaces de detentar posiciones de poder y de ejercerlo de manera excelente. Sin embargo, a largo plazo, ese “equilibrio patriarcal” se asentó como definitivo, abriendo cada vez más la brecha, a lo largo de la Edad Media, entre hombres y mujeres.
En mi opinión, puede decirse que la estructura del libro es prácticamente inmejorable. Las tesis principales se exponen con precisión en la Introducción, los temas secundarios se van desarrollando coincidiendo respectivamente con los capítulos, para concluir en un capitulo final que abarca de lleno el tema principal. Por último, las conclusiones, que se incluyen en el último epígrafe del último capítulo, dan un repaso a las tesis expuestas en la Introducción dando a la obra un final, que a mi parecer, es redondo.
Ana Rodríguez es capaz de transmitir con esta obra las principales características del poder de las mujeres en la Edad Media, mediante una redacción brillante que hace de su discurso algo atractivo para cualquier tipo de público. Fácil de leer, familiar, concisa y llena de curiosidades, la obra no deja indiferente al lector.
BIBLIOGRAFÍA
- http://cchs.csic.es/es/personal/ana.rodriguez (27/11/2017
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